Luego de estar un año encerrada por la pandemia, con salidas mínimas al supermercado, Eugenia López Ortiz, de 40 años y diseñadora en una institución pública en la Ciudad de México, ha vuelto a su oficina tres días. En dos semanas de reactivación laboral, su cuerpo resiente el cambio del aire: garganta irritada, tos seca, ojos llorosos, dolor en el pecho, piel áspera, dolor de cabeza persistente y fatiga.
Durante la pandemia, vivió enclaustrada en su casa, al sur de la ciudad. Hacía ejercicio y mejoró sus hábitos alimenticios, no había motivo para sentirse tan cansada luego de su primera salida a la oficina. Pensando en la COVID-19 fue al médico. No, el resultado fue simple: efectos de la contaminación atmosférica que, en temporada de calor, se agudizan por la alta radiación y ausencia de corrientes de aire. Efectivamente, de marzo a junio es temporada de contingencias ambientales en la ciudad.
Sus males se relacionan con alguna de las cinco principales enfermedades causadas por la contaminación y que han matado prematuramente a 9 millones de personas en todo el mundo: cardiopatía isquémica (34% de las defunciones), accidentes cerebrovasculares (20%), neumonía (21%), enfermedad pulmonar obstructiva crónica (19%) y cáncer de pulmón (7%).